domingo, 15 de enero de 2012

El pecado capital en el siglo XXI

[nota extraída de Revista de Letras]

Es sumamente difícil proseguir con los mismos viejos pecados capitales, la condición de pecador es muy fluctuante y evidentemente, Dios cambia de opinión tanto como cualquiera. Algunos dicen que fuimos hechos a su imagen y semejanza, otros sostienen que lo hicieron tres curas a su imagen y semejanza, lo cierto es que él se aburrió de los pecados viejos tanto como nosotros y ya no vamos al infierno por las mismas cuestiones que antes. Por ejemplo, si la envidia fue uno de los pecados capitales más populares durante varios siglos, ahora que no es menos popular se la llama muchas veces envidia sana, estableciendo diferencias discriminatorias entre los envidiosos. Algunos se irían al infierno, otros no. Se hizo tan corriente este nuevo concepto de la envidia que además de ser popular, ahora es pública y notoria, el envidioso no tiene reparos en declarar su sana envidia, y en definitiva, ya no espanta a nadie.


Un pecado que antes era espantoso es la lujuria, era un pasaporte directo al infierno. No sólo la lujuria era pecado, sino que su opuesto, la frialdad absoluta, era tenido por virtud y hablaba muy bien de una dama que fuera altiva y fría como el hielo. Ahora a una mujer así la llamarían histérica y eso me hace pensar que tendré que dejar de ser virgen algún día, ya que nadie parece reparar en lo adorable que es mi virtud y en cuán encantadora es mi altivez. ¿No les da vergüenza?. La cuestión es que ahora lo malo no es la lujuria, sino carecer de ella, eso se considera una disfunción, fíjense ustedes, ahora sería perfectamente posible ir al infierno por no sentir lujuria, ya que así como cambiaron las costumbres en la tierra, es posible que también se hayan relajado un tanto en el paraíso y que eso sea ahora una auténtica fiesta. Dios mío. Donde se aburren de verdad es en el infierno, donde no queda casi nadie. La población infernal descendió a tres vírgenes que se resisten a aceptar la realidad y a Lord Byron, único habitante del Infierno de sexo masculino que queda ahí, porque siempre le gustó hacer el verso y ahí puede practicarlo de variadas clases, hasta que se aburra de las vírgenes o hasta que dejen de serlo. Mi vecino también quiere ayudarme con mi problemática virginidad, pero le dije que lo voy a pensar, ya lo pensé y decidí esperar tres semanas más para responderle: no quiero que piense que soy ligera. Después le voy a decir que lo quiero como amigo. Seguramente voy a irme al infierno por mi falta de lujuria, pero no me importa, siempre me gustó Byron. Y todas las épocas necesitan pecadores nefandos, si no los moralmente correctos no tendrían con quien compararse para sentirse realmente bien.


Otro pecado nefando era la gula, pero la ciencia destruyó para siempre este pecado tan bello que consiste en comer sin parar. En una época la gente comía y comía con la satisfacción de que sólo estaba pecando, ahora comemos y comemos remolacha hervida y brócoli. Y si no, comemos y comemos de todo sintiéndonos culpables porque somos adictos a la comida. La tiranía de lo saludable nos fustiga tanto como el viejo cura de la aldea. ¿Será que el pecado infame en el siglo XXI es el colesterol alto?

Y aquí está la cuestión. Cuando estas cosas eran un pecado, uno las cometía con la satisfacción natural de la maldad. Ese agradable placer se perdió completamente. Con el fundamentalismo de la salud, ahora la vieja y placentera gula es una conducta adictiva, la ausencia de lujuria una disfunción sexual que obliga a sentirse culpable por la ausencia de deseo e ir al consultorio, y la envidia es disculpada por ser sana, así ya no se trata de moral, aunque la culpa sigue estando. Una creía, ingenua y virgen como es, que el beneficio de abandonar el torturante concepto de pecado era deshacerse de la culpa. Y aquellos que sienten gula o no sienten lujuria portan la incómoda letra escarlata, mientras nos envidiamos todos sanamente.

Paula Ruggeri
http://creesquesoysexy.blogspot.com

*Las ilustraciones que acompañan al texto pertenecen a la serie de grabados Los siete pecados capitales, de Pieter Bruegel, el Viejo (1526/1530–1569).

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