martes, 28 de febrero de 2012

Llegar tarde

No se puede reducir el impacto mediático y político del accidente de Once aduciendo que fue algo fortuito. Eso implica olvidar, además de los incidentes de Haedo, incidentes previos que debieron encender algunas alarmas. Pero ahí estaba el ministro Jaime que, bueno...

Paradójicamente, muchos me han tratado de traidor por escribir esto que sigue a continuación. Incluso sólo por decirlo en la mesa de un bar. Si hay alguna razón por la confío en este gobierno (conste que hablo de confiar y no de fe, me parece una salvedad importante), más allá de su capacidad de gestión  (que la oposición pura y dura jamás reconocerá), es por la capacidad de unir fuerzas detrás de un discurso pluralista.

Y ese discurso, precisamente, se construye a través de una crítica positiva, si se quiere constructiva, aportando ideas y resaltando errores que son solucionables y previsibles, para que no se repitan en el futuro.

Me parece un error estadístico y, sobre todo político, sostener que un accidente de este tipo era inevitable. Quisiera explicar todas las razones que me llevan a sostener esto, pero basta decir que hubo numerosos avisos anteriores. Y cabría también preguntarse por qué, con una frecuencia similar, el Ramal Mitre no presenta los problemas del Sarmiento y sus trenes son mucho más paquetes.

La realidad marca que no se actuó en tiempo y forma sufriendo las consecuencias que todos conocemos: 51 muertos, cientos de heridos y un escándalo político que dio pasto a las conocidas fieras famélicas de la oposición.

¿Acaso alguien pretende que es mi intención darle al rebenque sobre el gobierno nacional? De ninguna manera. Mi verdadera intención es no hacer la vista gorda ante una problemática que, estoy seguro, dará un poco de nafta al (ahora) afónico discurso anti-K.

¿Hay excusas que explican por qué no se trabajó sobre el Sarmiento como si se hizo sobre otros ramales? Sí, y quizá algunas muy válidas. Pero dentro de la nafta (voy a llamarlo así de ahora en más) se entremezclan aportes de campaña, amistades, coimas y un largo etcétera que, otra vez, dado el resultado de Once, ayudan a los náufragos de la oposición.

Por mi parte, desde un primer momento supe que el anuncio oficial se haría durante el acto en Rosario. Ni puta idea de porqué lo supe. Estimo que algo en mi cabeza lo dedujo como la opción más válida, a pesar de mi consciente testarudez. Incluso había habido un gesto previo, que muchos consideraron ridículo, al suspender las comparsas de la Avenida 9 de Julio.

Más allá del discurso de CFK en sí, quisiera recalcar mi discrepancia con algo que se dijo, haciendo hincapié en un pensamiento de Mario Wainfield y con el que suscribo plenamente:

Antes del accidente de Once, el gobierno nacional tenía sobradas razones para sacar a TBA del Sarmiento. Ahora, luego de la confirmación (por llamarla de algún modo) de las matufias ocurridas en el ramal, no parece necesario que el gobierno se expida luego de la pericia. Ahora bien, esto sugiere una estrategia para no actuar de manera autoritaria. En tal caso cabe preguntarse, qué es lo que uno prefiere: ¿un gobierno que actúa de forma inmediata o uno que espera los aportes de la justicia?

Conste que no hago un juicio de valor al respecto porque no estoy seguro de mis gustos.

Además del luto y el miedo, el accidente de Once deja un sistema de subsidios en entredicho, que habrá que apuntalar con mayores controles (SUBE es un intento, pero habrá que sumar otros) y con mayor decisión política.

La carga es pesada, y muchas de las concesionarias han tenido tiempo de armar una estructura de saqueao (sí, saqueo) que les permite fumarse los subsidios a través de prestadoras satélite.

Puedo confiar, y de hecho lo hago, en que el gobierno sabrá sobrellevar este golpe y lo convertirá en políticas de estado positivas, como ha demostrado anteriormente.

 Pero no puedo sostener que esto no se podía evitar.

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