[NOTA ORIGINAL EN CUASAR]
Entre los sesenta y pico de libros sobre el fin del mundo
que hay en mis estantes se pueden encontrar títulos tanto famosos (La carretera de Cormac McCarthy) como
oscuros (El jardín de infancia de
Geoff Ryman), así como también clásicos (La
guerra de los mundos de H. G. Wells) y obras recientes (Things We Didn't See Coming de Steven
Amsterdam), o perturbadoramente plausibles (World
Made by Hand de James Howard Kunstler) y magníficamente improbables
(The Children's Hospital de
Chris Adrian). La siguiente selección, ordenada alfabéticamente por autor, es
de las diez novelas cuyas visiones del apocalipsis me resultan las más
difíciles de dejar de lado:
1. El mundo de
cristal de J. G. Ballard (apocalipsis por supersaturación): Ballard fue el principal
poeta del apocalipsis del siglo veinte, el escritor que provocó la mayor
densidad y la belleza más perturbadora al tema. Sus cuentos representan lo
mejor de su obra, y hay muchos relatos inquietantes de destrucción entre ellos.
Sin embargo, cada una de sus primeras cuatro novelas es una investigación
ardorosa del desastre planetario, el mundo arrasado por el viento, el agua, la
sequía y —en ésta, la más envenenada y cautivadora de las cuatro— por un
extraño proceso de cristalización que convierte todo en deslumbrantes gemas
transparentes.
2. La guerra con las
salamandras de
Karel Capek (apocalipsis por salamandras): Capek es bien conocido en los
círculos de la ciencia-ficción por acuñar la palabra “robot” en su obra teatral
R.U.R. (Rossum's Universal Robots), pero este
libro es la obra maestra del novelista checo, una historia sobre la explotación
del hombre sobre una raza de anfibios inteligentes que vive en el mar con el
objetivo del cultivar perlas y hacer hidroingeniería. El tono satírico de las
primeras páginas de la novela toma un giro más oscuro cuando los llamados
“tritones” descubren su propia humanidad y, a través de ella, la capacidad de
volver la crueldad contra nosotros.
3. Los genocidas
de Thomas M. Disch (apocalipsis por agricultura): ésta podría ser la novela más
pesimista que conozco, pero, por Dios, qué poderosa: una historia despojada y
mordaz sobre la extinción y el fanatismo religioso que sigue a la siembra de la Tierra con una gruesa
alfombra de plantas colosales por monocultivistas alienígenas. El humor del
libro sobre la sombría extinción está perfectamente ejemplificado por su
epígrafe, de Jeremías 8:20: “Pasó la cosecha, terminó el verano, ¡y nosotros no
hemos sido salvados!”.
4. The Gone-Away
World de Nick Harkaway (apocalipsis por
desinformación): para mí, la primera novela de Harkaway es el libro más
sencillamente entretenido de los últimos años: un divertimento apocalíptico y
épico que se revuelca por un mundo en el cual las bombas de “lárgate” han
despojado a la mayor parte de la materia del planeta de su información y dejado
en su lugar una sopa plásmica flotante a la que se le puede dar forma a través
del pensamiento humano. Hay un toque de Douglas Adams aquí, y también de Thomas
Pynchon, pero la inventiva y el tono lúdico recuerdan en primer lugar a las
novelas iniciales de Neal Stephenson.
5. La amante de Wittgenstein de
David Markson (apocalipsis por soledad): novelistas tan distintos como David
Foster Wallace, Ann Beattie y Lauren Groff han celebrado a Markson como uno de
sus guías, señalando su compasión mordaz, arriesgada e ingeniosa. La amante de Wittgenstein es su libro
más celebrado, el más triste y, también —a mi juicio—, el más satisfactorio, un
monólogo narrado en estallidos de flashes de banalidades y recuerdos por una
mujer que cree que es la última persona sobre la tierra.
6. El mundo
invertido, de Christopher Priest (apocalipsis por matemáticas): a la
distancia de un cuarto de siglo, Priest parece el nombre más sorprendente en la
antología inaugural de los “mejores novelistas jóvenes británicos” de la
revista Granta —la
famosa, de 1983, que incluyó a Salman Rushdie, Martin Amis e Ian
McEwan— puesto que la mayor parte de su obra temprana fue ciencia-ficción. En
esta diestramente escrita novela de ciencia-ficción dura, el Armagedón está
confinado a una única comunidad, ciudad Tierra, que está atrapada en el
interior-exterior de una esfera y debe moverse por el mundo sobre rieles, no
sea que se atenúe el campo de gravedad que se arrastra con ella.
7. Ensayo sobre la
ceguera de
José Saramago (apocalipsis por ceguera): la versión de Saramago del colapso
moral que sigue a una epidemia de “ceguera blanca” arroja una delgada niebla de
fantasía sobre las crónicas muy reales del mundo y su degeneración social en el
despertar de un desastre, desde las inundaciones en Bangladesh a los terremotos
en Haití. A veces, las páginas parecen abalanzarse en una cascada interminable
de crueldad, degradación y abuso, pero la historia es rescatada por la claridad
con la que Saramago ve en los corazones de sus personajes, y por la creciente
tensión de los hechos.
8. Meanwhile
de Jason Shiga (apocalipsis por Killitron 2000): esta novela gráfica para
lectores jóvenes toma la forma de un relato de elige tu propia aventura, con paneles que se retuercen y viajan en
todas las direcciones, siguiendo recorridos hacia páginas posteriores o
anteriores. El relato que presenta Shiga, de viaje en el tiempo, transferencia
de memoria, helado y física cuántica, es diferente a todo lo que he visto en el
formato: una diversión enloquecida hasta que comprendes de qué va, cuando se
hace bastante melancólica y desconcertante.
9. La cuna del gato de
Kurt Vonnegut (apocalipsis por estupidez humana): los ’60 marcaron la cumbre
artística de Vonnegut: cuatro de los cinco libros que publicó fueron obras
maestras tragicómicas, cínicas y encantadoras, siendo Dios lo bendiga, Mr. Rosewater la excepción. Incluida entre estos
diamantes está La cuna del gato, mi
favorita de todas sus novelas, que cuenta la historia de cómo se acaba el mundo
luego de la invención del “Hielo Nueve”, una sustancia que provoca que el agua
se solidifique a los 45º. La otra gran contribución del libro a la obra de
Vonnegut es el bokononismo, una religión que predica la santidad de las mentiras
inocentes.
10. El día de los
trífidos, de John Wyndham (apocalipsis por botánica): la clásica novela
catástrofe de Wyndham, que anticipa todo desde La danza de la muerte de Stephen King hasta la película 28 Days Later, comienza así:
“Cuando un
día que usted sabe que es miércoles comienza como si fuese domingo, algo anda
muy mal en alguna parte”. La historia que sigue inquiere en qué llevará a la
raza humana a un final más rápido: su propio salvajismo después de que todos
salvo unos pocos hayan sido cegados por la aparición de un meteorito o una
invasiva especie de plantas venenosas, los trífidos, muy letales porque son
ambulatorias.
Y aquí, para que no falte, hay un último libro, que quedó
afuera de la lista sólo porque no es una novela: National Anthem de Kevin Prufer
(apocalipsis por encabalgamiento): ésta es la única (buena) colección de poesía
postapocalíptica que conozco. Aquí no hay manos elevándose desde el suelo, ni
artimañas de películas de horror, pero aún los poemas más naturalistas parecen
tocados con una terrible decadencia, como si todo estuviera sucediendo después
de que el mundo se hubiera hecho pedazos. Las líneas de apertura de “We Wanted
to Find America” son representativas del tono del libro de aterradora elegía:
Quisimos encontrar América entre los jadeos de la nieve
que caía como ángeles del último siglo
Y los
caballos famélicos, sus patas quebradizas con hielo
Y la luna
en lo lato su brillante torre de perforación, y los pobres ardiendo tan
bellamente en los yacimientos de petróleo
Mientras
manejamos, sus gritos iluminan el viento con gemidos
Y tú
dijiste, Esto no es América en la oscura cabina del camión y elevaste el sonido
de la radio.
Tit. orig.: Ten great novels of the Apocalypse
© 2010 Kevin Brockmeie
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