martes, 3 de abril de 2012

Economistas a sueldo


OPINIÓN PERSONAL

Me sentí un idiota al ver The inside job, porque alguna vez yo también había repetido ciertas sandeces inmovilizantes (claramente diseñadas).

Uno ve y escucha cómo ciertos popes economistas se hunden en el fango de sus propias palabras, mientras intentan defender una posición especulativa y lucrativa, sobre todo, que nada tiene que ver con serias investigaciones financieras.

Ver ese documental resulta indignante, pero también enriquecedor. Ignoraba que la reacción popular había molestado a los "economistas de profesión". Ignoraba que éstos existiesen al mismo tiempo que los "economistas mercenarios" que uno descubre en The inside job.

Es bueno saber que se les recortan las tribunas en las que disertar. Con el tiempo, espero, se convertir en algo parecido a un círculo mastrubatorio de poetas, en el que dirán, escucharán y aplaudirán lo que ellos mismos dicen.

NOTA ORIGINAL EN EL DIPLÓ

Iglesias Brickles, Atardecer, 1985 (Gentileza del autor)
o llaman el “efecto Drácula”: al igual que el célebre vampiro de los Cárpatos, los acuerdos ilegítimos no resistirían su exposición a la luz del día. Así, la revelación en 1998 del Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), negociado secretamente para profundizar la liberalización económica, condujo a su desintegración. 

Esta vez, la controversia atañe a la colusión entre economistas e instituciones financieras. Muchos universitarios invitados por los medios de comunicación para aclarar el debate público, pero también investigadores contratados como asesores por los gobiernos, son efectivamente remunerados por bancos o grandes empresas. ¿Puede un experto preconizar, “con total independencia”, la desregulación financiera, cuando ocupa simultáneamente el cargo de administrador de un fondo de inversión?
Estas relaciones peligrosas, fuentes de conflictos de intereses, no son secretas. Pero sus beneficiarios se cuidan bien de hacerlas públicas. Antes del cataclismo de 2008, todos se adaptaban al equívoco: los periodistas exhibían a sus especialistas supuestamente neutrales, quienes embolsaban los dividendos de su ubicuidad bajo la forma de una creciente notoriedad y de dinero contante y sonante. Pero, desde el cataclismo de 2008, los economistas y sus amigos no pasan desapercibidos. ¿Podrá más el efecto Drácula que esta forma intelectual de prevaricación? ¿Bastará con darla a conocer públicamente para vencerla? Tal es la apuesta de la prestigiosa Asociación Económica Estadounidense (American Economic Association, AEA).

Desde comienzos de este año, los artículos publicados en las revistas científicas miembros de la asociación deben revelar los eventuales conflictos que involucren a sus autores. Los economistas deberán así identificar y mencionar a “las ‘partes interesadas’ (1) que les hayan pagado una remuneración económica importante, es decir, por un monto total mayor o igual a 10.000 dólares, en los últimos tres años” (comunicado del 5 de enero de 2012). La medida se aplicará también a las sumas percibidas por “familiares”. A la cabeza de algunas de las más prestigiosas revistas de la disciplina, la venerable AEA –a punto de festejar su centésimo trigésimo aniversario– no es muy propensa a los caprichos. Su decisión causó gran sorpresa. 

Tras el éxito del documental de Charles Ferguson Inside Job, la irritación se hizo palpable. Los emolumentos de algunos asesores cercanos al presidente Barack Obama implicados en la liberalización del sector bancario habían generado interrogantes en la opinión pública. Es el caso de Lawrence Summers, director del Consejo Económico Nacional (National Economic Council, NEC), que recibió 5,2 millones de dólares, entre 2008 y 2009, del fondo especulativo D. E. Shaw, y hasta 135.000 dólares por sus conferencias, la mayoría de las veces organizadas por empresas financieras, sin contar sus artículos (numerosos) en Financial Times. La cólera también crecía en las filas de la profesión. A lo largo de 2011, nos explica George DeMartino, de la Universidad de Denver, “una serie de estudios científicos demostró que los conflictos de intereses constituían la regla en lugar de la excepción”. El 3 de enero de ese año, por iniciativa de los profesores Gerald Epstein y Jessica Carrick-Hagenbarth, una carta abierta daba la voz de alarma, instando a la AEA a actuar. Fue firmada por más de trescientos economistas, entre ellos George Akerlof, galardonado con el premio del Banco de Suecia en ciencias económicas en memoria de Alfred Nobel, y Christina Romer, ex asesora del presidente Obama. Doce meses más tarde, eran escuchados. 

Pero al eco de esta reacción ética le cuesta atravesar el Atlántico (2)... En Le Monde del 1º de febrero, el economista Olivier Pastré despotricaba contra los proyectos de abandono de la moneda única europea. Se fijaba un objetivo: “Explicarle a los franceses más débiles y sumisos a la desinformación cuáles son los riesgos del abandono del euro” (3). El vespertino presentaba al autor como “profesor de economía de la Universidad de París-VIII”. Ahora bien, Pastré también preside el banco tunecino ImBank. E integra los directorios del banco CMP, la Asociación de Directores de Bancos, así como del Instituto Europlace de Finanzas. Sin embargo, es el “profesor universitario” quien participa cada sábado por la mañana en el programa de France Culture “L’Économie en questions”, del cual es coproductor.

Opiniones desinteresadas

“He aquí un ejemplo perfecto del tipo de situación que nos llevó a reaccionar”, comenta el profesor Michael Woodford, miembro del consejo directivo de la AEA, cuando le presentaron este caso. En efecto, la asociación exhorta “al conjunto de economistas a aplicar los mismos principios a todas las publicaciones: diarios académicos, editoriales, artículos de prensa, comentarios difundidos por radio o televisión”. “En este caso creo que los lectores tienen derecho a saber si el especialista en cuestión defiende un análisis o los intereses de la institución para la cual trabaja”, continúa Woodford. En su artículo del 1º de febrero, Pastré aseguraba que en la hipótesis de una salida del euro, los bancos “verían explotar el costo de su endeudamiento a corto y largo plazo”, preocupándose por una eventual “caída de su rentabilidad”.
Para Patrick Artus, director de investigación económica del banco Natixis y director de Total, la tesis defendida por Woodford “tiene sentido en Estados Unidos y en Reino Unido. Pero realmente no creo que pueda aplicarse a la eurozona”, ya que “el número de economistas ligados a las finanzas es allí muy bajo en comparación con el del mundo anglosajón” (4). Un pequeño grupo, quizás... pero muy representado entre los especialistas mediáticos.

3 de noviembre de 2011. El programa matutino de France Inter analizaba los objetivos de la reunión del G20 que se celebraría en Cannes. ¿Quién fue el invitado? “Jean-Hervé Lorenzi, presidente del Círculo de Economistas”. Rara vez presentada, esta asociación agrupa a Jean-Paul Betbèze (economista jefe del Crédit Agricole), Laurence Boone (economista jefe de Merrill Lynch), Anton Brender (economista jefe de Dexia Asset Management), Patrick Artus, Olivier Pastré, etc. Unos días más tarde, en la misma radio pública, el programa “Le Téléphone sonne” “sacaba las conclusiones” de la reunión. Frente al micrófono, “Jean-Hervé Lorenzi, presidente del Círculo de Economistas”. 

Fue también en ese carácter que Lorenzi, asesor además del candidato socialista a las elecciones presidenciales, François Hollande, analizaba el mercado inmobiliario en Les Echos, la caída de las Bolsas en Europe 1 o el “fabuloso destino de Francia” en RTL (5). Sin embargo, esta tarjeta de presentación omite algunos detalles. Lorenzi integra los directorios de PagesJaunes, Associés en finance, Asociación Francesa de Operadores de Telefonía Móvil (AFOM), BNP Paribas Assurance. Es además auditor de Euler-Hermes, miembro de los consejos de vigilancia de la Compañía Financiera Saint-Honoré, BVA, el Grupo Ginger y asesor del directorio de la Compañía Financiera Edmond de Rothschild.

Christian Saint-Étienne, por su parte, se presenta en France 24 como profesor del Conservatorio Nacional de Artes y Oficios (CNAM) y como economista y analista político en las columnas de Le Point. Nunca como asesor científico de Consejo Estratégico Europeo S.A., una consultora en gestión de patrimonio. Elie Cohen, también asesor de Hollande, es “director de investigación” del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) y profesor de ciencias políticas en France Inter o Le Figaro. Nunca miembro del directorio de las empresas PagesJaunes o EDF Energies nouvelles. ¿Jacques Mistral? Economista en las columnas de Le Monde y en France Culture, o director de estudios económicos del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) en el programa “C dans l’air” (France 5). Nunca director de BNP Paribas Assurance. Daniel Cohen, asesor de Martine Aubry, se muestra más discreto sobre su título de senior adviser del banco Lazard –que asesora, por ejemplo, al gobierno griego en la renegociación de su deuda– que cuando se trata de recordar su cargo de profesor de ciencias económicas en la Escuela Normal Superior y la Universidad de París-I. 

Primas de asistencia a los directorios de grandes empresas (un promedio de 35.000 euros por mandato para las empresas del CAC 40, y la mitad para las demás sociedades que cotizan en Bolsa, según las cifras del Instituto Francés de Administradores, IFA); conferencias privadas (que Lorenzi, por ejemplo, factura en 6.600 euros), redacción de informes remunerados... Al igual que sus colegas estadounidenses, los economistas franceses “disponen de numerosos medios para ganar mucho, mucho dinero. Sin embargo, saben mejor que otros que nada es gratis, que todo beneficio implica un costo. Y el costo aquí es la pérdida de independencia”, observa DeMartino. 

“Esto me huele a los años 30. La cuestión es saber si el modo en que uno se gana la vida influye en sus opiniones. Y no es el caso”, protesta Lorenzi. Después de todo, podrían alegar que 2+2=4, ya sea que uno escriba en nombre de una universidad o de un banco. “Sin duda alguna –responde Woodford con una sonrisa–. Pero la mayoría de las cuestiones a las que se enfrentan los economistas atañen a apreciaciones más sutiles. Y no hay que engañarse: nuestros debates tienen un impacto directo en algunos intereses privados”. ¿Habría que inferir, junto con la profesora Deirdre McCloskey, de la Universidad de Illinois, que puede suceder que algunos “economistas se comporten como abogados, defendiendo tal o cual punto de vista, independientemente de los hechos”? (6). ¿O, para decirlo de otra manera, que, interesados en el resultado, a veces traten de convencer de que 2+2=5?

Una profesión privilegiada

Ferguson, el realizador del documental Inside Job, dialogó con el economista Frederic Mishkin, de la Columbia Business School:

–Ferguson: En 2006 usted fue coautor de un estudio sobre el sistema financiero islandés que señalaba: “Es un país desarrollado, dotado de excelentes instituciones. Poca corrupción, Estado de derecho, economía convertida a la liberalización financiera. Reglamentación y control prudenciales de calidad”.
–Mishkin: Ahí estaba el error [en 2008, la economía islandesa se derrumbaba, NDLR]. Resultó que la reglamentación y el control prudenciales no eran satisfactorios.
–¿Qué le hizo creer lo contrario?
–Uno se remite a la información de la que dispone. Y la opinión general quería que Islandia tuviera excelentes instituciones y fuera muy desarrollada.
–¿Quién se lo dijo? ¿Qué investigaciones realizó?
–Uno habla con gente, confía en el Banco Central que, finalmente, no estuvo a la altura de las circunstancias.
–¿Por qué confió en el Banco Central?
–Uno se remite a la información que tiene.
–¿Cuánto le reportó?
–Me pagaron... El monto es de conocimiento público.
Mishkin recibió 124.000 dólares de la Cámara de Comercio Islandesa para realizar su estudio.
–En su CV, el título del informe ‘Estabilidad financiera en Islandia’ fue cambiado por ‘Inestabilidad financiera en Islandia’...
–Ignoro por qué, pero... Tal vez sea un error de tipeo.

Abogado consagrado a su cliente o científico equivocado, la diferencia a veces resulta sutil. Ahora bien, como señala DeMartino: “los economistas gozan de un privilegio que otras profesiones no tienen: nunca se les pide que rindan cuentas de sus errores”. Sin embargo, los cometen.

El 17 de agosto de 2007, la crisis de las subprime acababa de iniciarse en Estados Unidos. Elie Cohen ya anunciaba su fin: “En pocas semanas el mercado se recompondrá y los negocios volverán a ser como antes”, aseguraba (LeMonde.fr). Seis meses más tarde, en Direct 8, Alain Minc, banquero de negocios y asesor de Nicolas Sarkozy, se entusiasmaba ante “la increíble plasticidad del sistema”: “Nos dijeron que se regularía con una habilidad tal que se evitaría una crisis, que hubiera podido ser de la dimensión de las tres grandes crisis financieras que se conocieron en el pasado. Sin embargo, es en el fondo un universo muy resiliente”. ¿Veredicto? “La economía mundial está bien administrada” (8 de enero) (7). 

El mismo año, Lorenzi anunciaba tener “la convicción de que el diagnóstico de los bancos centrales fue rápido, justo y efectivo. En una crisis del mercado interbancario, supieron con talento evitar la catástrofe; en este caso, evitaron en Estados Unidos la quiebra de los bancos hipotecarios y permitieron a grandes instituciones bancarias en verdadero peligro recuperar, sin riesgo de liquidez, una parte de sus productos titularizados” (8). Apenas publicadas estas declaraciones, el banco Lehman Brothers se hundía, arrastrando con él una parte del sistema financiero mundial. En cuanto a Artus, redactor grafómano de Flash Economie en Natixis (un promedio de cinco artículos por día), proclamaba en Challenges, el 28 de agosto de 2008 –¡dos semanas antes del crac!–: “El caso de las subprime quedó atrás”. Más tarde, despotricaría contra la idea de que los bancos paguen más impuestos y sigan financiando economías debilitadas por la crisis. “No se puede pedirle todo a los bancos”, titulaba el empleado de Natixis en su Flash Economie del 18 de agosto pasado.

Ni de izquierda ni de derecha: banquero

Cabría preguntarse sobre la relación entre tales errores de juicio y las remuneraciones que perciben sus autores. O exigir, junto con Epstein, que los economistas sean “responsables frente a sus colegas, la prensa, sus estudiantes, los ciudadanos” (9). Pero, ¿es necesario fingir sorprenderse de que un banquero defienda los intereses de los banqueros? Ahora bien, es en estos términos que Lorenzi, por ejemplo, considera su actividad: “Soy lo que se denomina un senior banker –explicaba recientemente–. Trato, en general, de desarrollar los negocios correspondientes a las diferentes actividades de la Compañía Financiera Edmond de Rothschild” (10). ¿Acaso Pastré y él tienen un objetivo en mente cuando, en su libro Droite contre gauche? Les grands dossiers qui feront l’élection présidentielle, publicado recientemente, ordenan a sus lectores a “renunciar a las ilusiones sobre el Estado protector”, “hacer finalmente la apuesta audaz en favor del mercado” y, sobre todo, evitar “realizar juicios demasiado apresurados” sobre la industria bancaria?
“Llegado el momento –temía en noviembre pasado Jean-Pierre Jouyet, presidente de la Autoridad de los Mercados Financieros (AMF) y ex secretario de Estado encargado de los asuntos europeos de Sarkozy–, los ciudadanos se rebelarán contra la dictadura de hecho [de los mercados]” (11). Pero ¿acaso los “mercados” no ejercen ya su influencia hasta en el seno de la AMF, que supuestamente los regula? Puesto que, ¿quiénes asesoran a la autoridad que preside Jouyet? Los mismos: Olivier Davanne (co-gerente de Groupama Risk Premium), Olivier Garnier (director adjunto de Société Générale), Ruben Lee (presidente director general de Oxford Finance Group), Artus, Pastré, etc.

Regresemos a Estados Unidos, donde Ferguson entrevista a John Campbell, director del departamento de economía de Harvard:

–Ferguson: Un investigador en medicina escribió un artículo que dice: “Para curar esta enfermedad, debe recetarse tal medicamento”. Resulta que ese médico recibía el 80% de sus ingresos del fabricante de dicho medicamento. ¿No le molesta?

–Campbell: Pienso que, por supuesto, es importante revelar... los eh... eh... Es un poco diferente de los casos que mencionamos aquí, ya que... eh...

La pertinencia de la analogía tampoco resulta evidente para Barbara Frugier, directora adjunta de comunicación de la AMF. “Mire, no conozco la industria farmacéutica”, interrumpe. Antes de continuar: “De hecho, no veo bien adónde quiere llegar. Para mí, es normal recibir información de aquellos que tienen los conocimientos”. Sin embargo, según el sitio de la autoridad, el colegio –encargado, entre otras cosas, de fijar el presupuesto de la institución y dictar los reglamentos interno y general– está, a diferencia del Consejo Científico, “sometido a reglas deontológicas y de prevención de conflictos de intereses”. 

Cuando fue ascendido del segundo al primer cenáculo, en junio de 2011, el economista Christian de Boissieu, además presidente del Consejo de Análisis Económico (CAE), fue invitado a abandonar su cargo de asesor del fondo especulativo HDF Finance, de Ernst & Young, así como su cargo en el comité de auditoría del banco Neuflize OBC, del que sigue siendo miembro del consejo de vigilancia. “Mientras espero abandonar muy pronto ese consejo –explica–, me eximo (salgo de la sala y no participo de ninguna manera en las deliberaciones) cuando en la AMF se tratan cuestiones relacionadas, directa o indirectamente, con este banco”.

Loables, las disposiciones de la AMF y de Boissieu, ¿acaso no constituyen una reprobación implícita respecto de aquellos que no adopten medidas similares? Comenzando, por ejemplo, por los medios de comunicación.

Periodista de France Info, Jean Leymarie recibió a Lorenzi el 16 de diciembre de 2009, el 24 de noviembre de 2010 y el 29 de junio de 2011. ¿Conoce el cargo de su invitado en el seno de la empresa Rothschild? “¡Sí, por supuesto!”. Y sin embargo, no lo menciona al aire. “Nuestros oyentes no son idiotas. Lo saben”. Pero, ¿cómo lo sabrían, si sus colegas adoptan generalmente la misma actitud, a pesar de que conocen perfectamente los múltiples cargos de sus invitados?

Fue con conocimiento de causa que Jean-Marc Sylvestre invitó a Lorenzi a LCI (24-4-10), para mencionar los peligros de una mayor regulación del sector bancario; que Yves Calvi cedió la palabra a Michel Godet y a Saint-Etienne para explicar la inevitabilidad de las políticas de rigor, en su programa “C dans l’air”, en France 5 (9-11-1); o que Financial Times ofreció sus columnas a Summers para analizar las consecuencias de la “crisis del capitalismo” (8-1-12). ¿Es necesario escuchar atentamente las respuestas cuando se hacen esas preguntas a esos invitados?

La información de los oyentes no sufriría tal vez una amputación tan grave si la prensa dedicara más espacio –algunas líneas, algunos segundos de aire– a una presentación completa de sus especialistas. “Sería además tan simple que me sorprende que aún no suceda”, nos responde el economista Hubert Kempf, presidente de la Asociación Francesa de Ciencias Económicas (AFSE), reputada de “ortodoxa”. ¿Desea su organización interpelar a sus miembros sobre la cuestión de los conflictos de intereses? “Tal vez organicemos una mesa redonda en nuestro próximo Congreso”, en julio próximo. ¿Y del lado de la Asociación Francesa de Economía Política (AFEP), creada hace dos años para promover mayor pluralismo en el seno de la profesión? “Todavía no formalmente, aunque exista aquí a priori consenso sobre la cuestión”, nos señala Nicolas Postel, secretario de la asociación. “Pero considerar que el problema se limitaría a la cuestión de los conflictos de intereses constituye, para mí, un error”. agrega.

El rol de los medios

Otro ejemplo. En su edición del 14 de febrero, Le Monde publicó en la sección “Internacional” un análisis de la crisis griega. La periodista Claire Gatinois menciona allí a diversos economistas, todos directamente vinculados al mundo de las finanzas. Ahora bien, no existen aquí conflictos de intereses: las funciones están claramente identificadas. ¿Christopher Probyn? “Economista jefe de State Street, grupo financiero con sede en Boston” (mencionado tres veces). ¿Natacha Valla? “Economista de Goldman Sachs” (mencionada tres veces). ¿Jesús Castillo? “Economista de Natixis”. Sin contar “los especialistas de UBS”. Sin duda, estima, los “economistas de bancos” son los que están mejor posicionados para analizar una crisis como la que sacude a Grecia.

“¿Por qué lo estarían? – objeta Postel–. Sobre un tema como éste, no se espera de los medios de comunicación un desarrollo muy técnico de mecanismos financieros oscuros, sino las preguntas esenciales sobre el estatuto de la deuda del país: ¿es legítima? ¿De dónde viene? Y, en ese terreno, los economistas de bancos no son necesariamente los más competentes”.

¿Es posible imaginar a un economista de Goldman Sachs afirmando que la crisis griega es ante todo consecuencia de una deuda ilegítima que no habría que pagar? “No, eso me parece muy poco probable –reconoce Gatinois–. Para este artículo pensé que era interesante entrevistar a economistas de bancos, más bien liberales, para mostrar que ellos también están preocupados por la situación griega”. En suma, se trataba de presentar –una vez al año no hace daño– el punto de vista liberal. 

En la gran prensa parece más común este tipo de reflejo profesional que la idea de entrevistar, por ejemplo, a representantes sindicales, quienes están al menos tan informados sobre los mecanismos y las consecuencias del drama social actual como los economistas liberales. En el mes de octubre pasado, por ejemplo, Gatinois cedió la palabra a cuarenta economistas, grupos de economistas o similares. Veintinueve trabajaban directamente para bancos o instituciones financieras. Tres se expresaban en nombre de sindicatos. Entre el 1 de septiembre de 2008 y el 31 de diciembre de 2011, Le Monde mencionó a Artus –director de investigación del banco Natixis– en ciento cuarenta y siete artículos (firmó además cuatro columnas de opinión). Más seguido que a Jacques Attali (ciento treinta y dos artículos) y Alain Minc (ciento dieciocho). Y mucho más que a Jean Gadrey (cinco artículos sobre cuestiones económicas) y Frédéric Lordon (cuatro) (12). Proporción similar a la que se observaría en los diarios Libération o Le Figaro, así como en la mayoría de las revistas. 

En estas condiciones, ¿basta la transparencia para cambiar la tendencia natural de los profesionales de las finanzas a defender... los intereses de las finanzas?

1. Se define como “parte interesada” a “todo individuo, grupo u organización involucrado financiera, ideológica o políticamente en el contenido del artículo”.
2. El economista Jean Gadrey expuso los datos del problema en su texto “Les liaisons dangereuses”, 21-9-09, http://alternatives-economiques.fr/blogs/gadrey. Esta investigación se benefició con sus consejos así como con el trabajo realizado por François Ruffin en el marco del programa “Là-bas si j’y suis” dedicado a los “economistas guardianes” (France Inter, 2 /3-1-12).
3. Olivier Pastré, “La sortie de l’euro, un suicide”, Le Monde, 1-2-12.
4. Patrick Artus, “Si los economistas subestimaron la crisis, no es por complicidad con los financistas”, Le Monde, 10-9-09.
5. 3-10, 19-8 y 3-4-11, respectivamente.
6. Citado por Ben Casselman en “Economists set rules on ethics”, The Wall Street Journal, Nueva York, 9-1-12.
7. Citado por Gilles Balbastre y Yannick Kergoat en el documental Les Nouveaux Chiens de garde, JEM Productions, 2012.
8. Jean-Hervé Lorenzi, “Qui va payer?”, número especial “Crise financière: analyses et propositions”, Revue d’économie financière, París, 2008, pág. 468.
9. The Wall Street Journal, op. cit.
10. Investisseurs (revista empresarial de la compañía Rothschild), N° 4, diciembre de 2011, págs. 16-17.
11. Entrevista del Journal du dimanche, París, 12-11-11.
12. Recuento realizado por Thomas Vescovi.

* De la Redacción de Le Monde diplomatique, París.

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