jueves, 23 de junio de 2011

LOST o ¿Por qué las nuevas series no son lo que eran?

Hace un tiempo discutimos con algunos amigos respecto al efecto LOST. Esa sensación que tenemos todos de que ya no será posible ver series desarrolladas sobre una historia, sino sobre el rating. Fueron discusiones fuertes. Sobre todo por mi posición ANTI-LOST, luego de verme defraudado como seguidor al final de la tercera temporada.

No voy a revivir esa polémica, ya no tiene vencedores ni vencidos
(ni sentido). Porque la intención de este post es hablar de cómo ha cambiado la forma de crear ficción.

A lo largo de una serie de lecturas, me descubrí echándole la culpa de todo a la concentración de los medios.

Suena increíble pero no lo es.

Lawrence Lessig, entre otros, hablan de la concentración en los medios de comunicación desde el año 2003. Ya para entonces apenas 5 compañías concentraban el 85% de las fuentes mediáticas del EE.UU.

Una situación similar afrontó nuestro país durante el menemismo, cuando los multimedios hicieron su aparición estelar.

¿Importa esta concentración? ¿Afectará a lo que se produce o a cómo se distribuye? ¿O es meramente una manera más eficiente de producir y distribuir contenidos?
Mi opinión era que esta concentración no importaba. Pensaba que no era más que una estructura financiera más eficiente. Pero ahora, después de leer y escuchar a la avalancha de creadores intentando convencerme de lo contrario, estoy empezando a cambiar de opinión.
He aquí una historia representativa que empieza a sugerir cómo esta integración puede que importe. En 1969,
Norman Lear creó un episodio piloto para All in the Family. Le llevó el piloto a la ABC. A la emisora no le gustó. Demasiado avanzado y atrevido, le dijeron. Hazlo otra vez. Lear hizo un segundo piloto, más avanzado y atrevido que el primero. La ABC estaba exasperada. No te enteras, le dijeron a Lear. Lo querían menos atrevido, no más. En vez de someterse, Lear sencillamente se llevó el programa a otra parte. La CBS se alegró de poder emitir la serie; la ABC no pudo impedir que Lear se marchara. Los copyrights que poseía Lear le garantizaban la independencia del control de la emisora.
La emisora no poseía esos copyrights debido a que la ley prohibía que las emisoras controlaran el contenido que sindicaban. La ley exigía la separación entre las emisoras y las productoras de contenidos; esa separación garantizaba la libertad de
Lear. Y en una fecha tan tardía como 1992, debido a estas reglas, la inmensa mayoría de la televisión en el horario de máxima audiencia –el 75%–, era “independiente” de las emisoras.
En 1994 la
FCC abandonó las reglas que exigían esta independencia. Después de ese cambio, las emisoras rápidamente cambiaron el equilibrio que había. En 1985 había veinticinco productoras independientes de televisión; en 2002 solo quedaban cinco. “En 1992 solo el 15% de las series nuevas eran producidas para una emisora por una compañía bajo su control. El año pasado [2003] el porcentaje de programas producidos por compañías controladas se quintuplicó hasta llegar al 77%”. “En 1992 se produjeron 16 nuevas series independientemente del control de los conglomerados mediáticos, el año pasado [2003] hubo una”. En 2002 el 75% de la televisión en horario de máxima audiencia era propiedad de las emisoras que la distribuían. “En el periodo de diez años entre 1992 y 2002 el número de horas de televisión en horario de máxima audiencia producidas por los estudios de las emisoras aumentó en un 200%, mientras que las horas de televisión para el mismo horario producidas por estudios independientes disminuyó en un 63%”.
Hoy, otro
Norman Lear con otra All in the Family se encontraría con la elección entre hacer el programa menos atrevido o ser despedido: los contenidos de cualquier programa desarrollado para una emisora son cada vez más propiedad de la emisora. Mientras que el número de canales se ha incrementado drásticamente, la propiedad de esos canales se ha reducido a unos pocos que cada vez son menos.

Como
Barry Diller le dijo a Bill Moyers: Bueno, si tienes compañías que producen, que financian, que emiten en su canal y luego distribuyen en todo el mundo todo lo que pasa por el sistema de distribución que tienen bajo su control, entonces lo que tienes es cada vez menos voces de verdad participando en el proceso. Solíamos tener docenas y docenas de prósperas productoras independientes que producían programas de televisión. Ahora tienes menos de un puñado.

Esta reducción ha tenido un efecto sobre lo que se produce. El producto de emisoras de televisión tan grandes y concentradas es cada vez más homogéneo. Cada vez más seguro. Cada vez más estéril. El producto de los programas informativos de las grandes emisoras está cada vez más adaptado al mensaje que la emisora quiere transmitir. Esto no es que sea el partido comunista, aunque desde dentro se debe sentir un poco como el partido comunista. Nadie puede cuestionar nada sin arriesgarse a que haya consecuencias –no necesariamente el exilio en
Siberia, pero un castigo no obstante–. Opiniones independientes, críticas diferentes, son aplastadas. Éste no es el medio ambiente de una democracia.
La misma economía ofrece un paralelismo que explica por qué esta integración afecta la creatividad.
Clay Christensen ha escrito sobre el “Dilema del Innovador”: el hecho de que las grandes empresas tradicionales encuentran que es racional ignorar nuevas tecnologías de vanguardia que compiten con sus negocios principales. El mismo análisis podría ayudar a explicar por qué las grandes compañías tradicionales de medios audiovisuales encuentran racional ignorar nuevas tendencias culturales. No es solo que los gigantes torpes no pueden salir corriendo, es que no deberían hacerlo. Sin embargo, si el campo está abierto solo a los gigantes, habrá demasiadas pocas carreras.

¿No vemos formatos parecidos todo el tiempo, basados en historias que no difieren demasiado, con personajes estereotipados y argumentos que responden a un cierto pacatismo (intrínsecamente norteamericano)?

¿No se notan, claramente, los episodios de relleno, las dudas de los guionistas, el abandono de algunas líneas argumentales en pos de otras, que han recibido mayor aceptación por parte de los fans?

¿No se han asesinado/revivido/repatriado personajes por el gusto o el encono demostrado por los seguidores de la serie?

Quizá sea cierto entonces lo que en 2004 Lessig postulaba con un ejemplo que, tristemente, también hemos visto acá (aunque referido a la Ley de Medios):

No creo que sepamos bastante sobre la economía del mercado de los medios como para afirmar con certeza lo que harán la concentración y la integración. Los aspectos en que son eficientes son importantes, y el efecto sobre la cultura es difícil de medir.
Pero hay un ejemplo que es quintaesencialmente obvio y que sugiere convincentemente que hay motivos para preocuparse.
Además de las guerras del copyright, estamos en mitad de la guerra contra la droga. La política del
Gobierno está fuertemente dirigida contra los cárteles de la droga; los tribunales criminales y civiles están llenos de las consecuencias de este debate. Déjenme por tanto que me descalifique yo mismo a la hora de conseguir un posible nombramiento para cualquier puesto en el gobierno al decir que creo que esta guerra es un profundo error. No estoy a favor de las drogas. De hecho, vengo de una familia destruida una vez por las drogas –aunque las drogas que destruyeron a mi familia eran todas legales–. Creo que esta guerra es un profundo error porque los daños colaterales resultantes son tan grandes como para hacer que esta guerra sea una locura. Cuando sumas las cargas para el sistema criminal de justicia, la desesperación de generaciones de jóvenes cuya única oportunidad económica real es como soldados de la droga, la corrupción de las protecciones constitucionales debida a la vigilancia constante que exige esta guerra, y, de un modo más importante, la destrucción total de los sistemas legales de muchos países sudamericanos debido al poder de los carteles locales de las drogas, me resulta imposible creer que el beneficio marginal de una reducción en el consumo de drogas por parte de los estadounidenses pueda superar estos costos.
Quizá no estés de acuerdo. No pasa nada. Vivimos en una democracia, y escogemos la política a desarrollar por medio de los votos. Pero para hacer eso dependemos fundamentalmente de la prensa para ayudar a informar a los estadounidenses sobre estas cuestiones.
En 1998 la
Oficina de la Política para el Control Nacional de la Droga lanzó una campaña mediática como parte de la “guerra contra la droga”. La campaña produjo decenas de cortos cinematográficos sobre temas relacionados con las drogas ilegales. En una serie (la serie de Nick y Norm) dos hombres están en un bar, discutiendo la idea de legalizar las drogas como una forma de evitar algunos de los daños colaterales de esa guerra. Uno avanza un argumento en favor de la legalización de las drogas. El otro responde de una forma convincente y efectiva en contra del argumento del primero. Al final, el primer tipo cambia de idea (ah, esto es la televisión).
El fondo del anuncio es un ataque irrecusable contra la campaña a favor de la legalización.
De acuerdo. Es un buen anuncio. No demasiado engañoso. Transmite bien su mensaje. Es un mensaje justo y razonable. Pero digamos que piensas que es un mensaje equivocado y que te gustaría emitir un anuncio en contra. Digamos que quieres emitir una serie de anuncios que tratan de demostrar los daños colaterales extraordinarios que resultan de la guerra contra las drogas. ¿Puedes hacerlo?
Bueno, obviamente, estos anuncios cuestan mucho dinero. Asumamos que reúnes ese dinero. Asumamos que un grupo de ciudadanos preocupados dona todo el dinero del mundo para ayudarte a que transmitas tu mensaje. ¿Puedes estar seguro de que entonces se escuchara tu mensaje?
No. No puedes. Las emisoras de televisión tienen la política general de evitar anuncios “polémicos”. Los anuncios patrocinados por el gobierno se consideran no polémicos; los anuncios que discrepan del gobierno son polémicos. Esta selectividad puede pensarse que está en desacuerdo con la Primera Enmienda, pero el Tribunal Supremo ha decidido que las emisoras tienen derecho a escoger lo que emiten. Así, los mayores canales de los medios comerciales le negaran a una de las partes en este debate la oportunidad de presentar su punto de vista. Y los tribunales defenderán los derechos de las emisoras a ser parciales.
Yo también
estaría contento de defender los derechos de las emisoras –si viviera en un mercado mediático que fuera verdaderamente diverso. Pero la concentración de los medios hace dudar de que esa condición se cumpla. Si un puñado de compañías controla el acceso a los medios decide qué posiciones políticas va a permitir que se promuevan en sus canales, entonces la concentración importa de una manera obvia e importante. Puede que te guste la postura que escoge este puñado de compañías. Pero no debería gustarte un mundo en el que meramente unos pocos logran decidir de qué temas los demás vamos a lograr enterarnos.

El subrayado es mío.

En 2004/05 un estadounidense decía que IGNORAMOS el efecto que los medios hiperconcentrados tienen sobre la sociedad civil, y alertaba sobre la manipulación mediática que dicha concentración le permitiría a sus dueños.

No era un funcionario/bloguero/periodista K.

Sólo era un tipo con inquietudes, que se preguntaba el por qué de ciertas cosas. No podía adivinar las consecuencias de la concentración de medios (una es, como vimos, la berretización, estandarización o levantamiento de las series), ni del discurso único de las concentraciones.

Intuyó que no podía ser bueno. Y lo mismo pensamos nosotros (Los pájaros).

Fuente:

Cultura Libre (libro)
Comunicación y violencia virtual (apuntes de libros)

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