viernes, 27 de enero de 2012

¿Cómo me olvidé de Orsai, eh?

[nota extraída de Lunes por la madrugada, a su vez tomada de Orsai]

El gran surubí

Hernán Casciari | 25 de enero, 2012

La historia ocurre en una Argentina de pesadilla. El país se quedó sin carne y nadie tiene qué comer. En medio del caos, el Ejército recluta a los varones mayores de edad. Los saca de sus casas, de los bares, de donde sea. Los arrastra a empujones, los uniforma y los obliga a pescar. En los afluentes del río Paraná han crecido surubíes enormes que son atrapados por gomones de Gendarmería y suministrados a los habitantes hambreados del conurbano bonaerense.

En las profundidades viscosas, además, existe un surubí gigante (una especie de Moby Dick) que todos los Regimientos quieren pescar como trofeo. Los soldados pasan hambre, frío, cogen entre ellos, pescan de noche, mueren ahogados, quieren escapar; el país, mientras tanto, se hunde en la miseria.

La obra, de la que acabo de contar este resumen, tiene seis capítulos. Se llama «El gran surubí». Aparecerá, en forma de folletín por entregas, durante las seis próximas ediciones de Orsai.

Estamos entre orgullosos y fascinados de ser nosotros los elegidos para publicar esta maravilla por primera vez.

Pedro Mairal está escribiendo lo que, a mi entender, será un clásico de la literatura argentina. Yo creo —y perdónenme la efusividad— que los hijos de mi hija tendrán que leer esta historia en la escuela, entre cuarto y quinto año.

Y si no ocurre será porque ya no habrá escuelas.

Con Chiri tuvimos la suerte tremenda de haber leído la historia casi completamente. En realidad, vamos por el capítulo quinto. Pedro, en este momento, está acabando de sacarle punta al episodio final, y nos estamos mordiendo las uñas por leerlo. Nos fue enviando cada uno, mientras los terminaba, desde hace un par de meses.

Yo esperé cada capítulo con fiebre y ansiedad. Los fuimos leyendo en voz alta con Chiri, desde el Skype. Algunas madrugadas le mandé a Mairal correos intensos, de lector fanático. Cuando acabé de leer el capítulo tres, le escribí:

«Pedro, me siento el lineman de Argentina-Inglaterra, en el minuto que Maradona ya promedia la cabalgata hasta Shilton. Te sigo con la mirada y voy diciendo: uy, esto va a ser Historia y yo era el juez de línea».

Chiri y yo no somos los únicos que estamos leyendo, en privado, «El gran surubí». También lo hace Jorge González, el ilustrador de la saga.

Fue muy divertido el modo en que lo convencimos.

Resulta que Jorge (el autor de la portada de la Orsai N1, y de la historieta «El Intermediario») se nos fue para arriba con merecimiento. Acaban de publicar sus dibujos en The New Yorker, edita en Francia, saca libros cada vez más bestias y casi no tiene tiempo para nada. Cuando lo llamé para que estuviera en la segunda época de Orsai me dijo que sí, porque tiene un corazón enorme, pero me adelantó que sería en «algún número de julio o septiembre», porque tenía la agenda atestada de trabajo.

Justo en esas fechas yo acababa de recibir el primer episodio de «El gran surubí» y estaba muy encaprichado con que tenía que ilustrarlo él, y nadie más que él. Pero Jorge había sido muy claro durante la conversación. Le dije por teléfono que no se preocupara, que en julio o septiembre lo volvería a llamar.

Cuando colgué, le mandé un mail. Sin rogarle, sin insistirle. Un mail vacío. Le adjunté el primer capítulo de «El gran surubí».

Me contestó a las dos horas:

«Tu puta revista y la concha de tu madre. Increíble lo de Mairal. ¡Me cagaste! Estoy adentro. Un abrazo grande, Jorge».

Es que hay algo en «El gran surubí», algo que te deja con la boca abierta y que parece de otro mundo. Y no son solamente las imágenes poderosas de la trama, ni únicamente los diálogos, ni la historia en sí misma, que es profunda, divertida y desgarradora al mismo tiempo. Hay algo más. Y a ese algo lo estoy dejando para el final del goteo.

Lo diré ahora mismo, sin más preámbulos: Mairal eligió no contar «El gran surubí» en prosa, sino en sesenta sonetos.

Voy a repetir el párrafo en tipografía más grande, por las dudas que no me hayan escuchado bien al fondo de la sala:
Mairal eligió no contar «El gran surubí»
en prosa, sino en sesenta sonetos.

Cada capítulo, diez sonetos. Cada soneto, catorce versos de rima consonante. Cada verso, once puñaladas en el estómago. Con la mano en el corazón, hacía mucho tiempo que no leía algo tan alucinante.

Ustedes lo podrán disfrutar desde la semana que viene, con el número cinco de la revista Orsai (1).


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