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miércoles, 1 de febrero de 2012

Parece que la ventajería no es nueva

[nota extraída de Jamillán.com]

Sin embargo, hay obstáculos que escapan a la voluntad del autor y que los editores colocan para que uno pueda leer confortablemente. Por fortuna ya pasaron las épocas experimentales de los pegantes de los lomos de los libros ─muchos recordamos tiempos idos en que las páginas se iban soltando a medida que pasaban─ pero sobreviven varias especies de editores entre las que recuerdo tres, a saber: los avaros, los despilfarradores y los toderos, todos expertos en hacerle zancadilla al lector vicioso. El avaro ahorra papel, el texto limita con el abismo donde acaba el libro, la caja es casi igual al formato, y la interlínea tan mezquina que la decisión de leer el libro debería ser consultada con el oculista. El despilfarrador es lo mismo pero al revés, el papel brilla tanto que ningún texto podría ser leído allí, el empaque es tan ostentoso que dificulta la manipulación y el contenido suele ser inferior a los lujos y excesos de la forma. Pero el peor editor es el todero. Porque el todero no sabe que existen diseñadores, expertos en tipografía, en fin profesionales que no intentan inventar lo que ya está inventado.

(Darío Jaramillo Agudelo, 1997)
Recopilación de José Antonio Sánchez Paso

Visibilidad vs. Rentabilidad

[EXCELENTE nota extraída de La Soledad del Deseo]

Leo una entrevista reciente que Gema Ponce le hacía al editor Jesús Ortiz -aquí-, en la que éste contestaba que: “Hemos logrado un reconocimiento web muy notable en relación al tamaño de la empresa [Editorial Mil Razones]“, para inmediatamente matizar: “pero no hay correlación entre esto y las ventas en la librería”. Y es que dice el editor santanderino que:

“Desde mi punto de vista lo que hay es una colisión de dos mundos, porque hay gente que predominantemente compra libros pero no usa internet para su ocio, y otra gente que usa internet pero no adquiere libros”

Pensando sobre el asunto de la red y del comercio-y lectura- de los libros, encuentro un artículo de María Virginia Jaua en salonKritik en el que (referente al libro electrónico) dice ésta que:

“Pero cuando se argumenta esto como un efecto negativo que conlleva la tecnología [que la lectura ya no será igual como antes], se suma a la afirmación de que la distribución del libro electrónico no asegura que la gente lea estos libros, o los lea “bien”. Sin embargo, tampoco las ventas del libro en papel nos pueden asegurar que sean leídos y mucho menos “bien leídos” (mucha gente compra libros y los atesora pero sin abrirlos jamás mucho menos leerlos). Y aquí debemos hacer énfasis que el libro en papel está sumido en una lógica de producción capitalista que dista mucho de estar interesada por la calidad de la lectura [1]“

Tengo claro desde hace algún tiempo que la disponibilidad de libros en la web no garantiza que se lean; pienso que ese no es el problema, además. Sin embargo, que no estén a mano, especialmente de manera física sí que es un problema, pues la gente -por razones que sería bastante arduas de explicar, pero que de modo intuitivo se entienden fácilmente- todavía se fía del papel, de su materialidad, de la creencia de que en su fabricación ha habido un gasto y que, por lo tanto, tienen cierto valor. No existe, a mi entender, la misma percepción con lo digital. Lo digital, por razones de hábito y costumbre, se entiende si no como gratuito sí como libre, como algo que se comparte y difunde libremente. Todavía -creo- no se ha generado la conciencia de que lo digital se ha de pagar y ello condiciona la idea de que estos productos digitales no tiene valor; no, al menos, en España. Esto sería diferente en otros países, claro.

Pero esto no es, en realidad, de lo que quería hablar, sino de la repercusión que tiene un libro en la web. Sospecho que de los libros de los que no se habla no sólo no se venden, si no que no existen. Son libros que quedan relegados al círculo cercano (familiar/laboral/afectivo) del autor y cuyas ventas e incidencia en el sistema literario no es que sean periféricos, sino desestimables. Otra cuestión es la que afecta a autores que ya tienen consolidada una reputación y unos lectores, para los que tal repercusión mediática es menos capital. Por supuesto que tales autores suelen tener sus canales de información y sus modos de contacto establecido con sus lectores, bien a través de los periódicos en los que escriben, sus twitters y facebooks y los de sus respectivas compañías, etc En cualquier caso, cuentan con el apoyo promocional que les brindan los deptos. de marketing y prensa de sus editoriales, cuyos targets están perfectamente definidos y resultan eficaces y suficientes.

Por contra -y aquí yace la paradoja-, que se hable de un libro en la web (nos referimos a un libro con una tirada breve -500/1000 ejemplares- y de un autor poco conocido) tampoco garantiza su venta, ni menos aún su incidencia en el sistema literario vigente. Sin embargo, como lectores, necesitamos constatar la presencia digital de un título para reparar en él, puesto que la lectura de suplementos en papel cada vez está más limitada a personas de cierta edad. Y es que las personas de menos de cuarenta años, en general, encuentran la información literaria preferentemente en la red (y no en la radio o en la tv o en los suplementos culturales, como sucedía antes). De ahí que las editoriales busquen amigarse con los bloguers y los críticos de los medios digitales, gente que, en general, no proviene del papel, sino que han comenzado a realizar su labor directamente en la web. Las editoriales ya se han dado cuenta de que el hecho de que bloguers y críticos literarios hablen de sus libros no les va a garantizar la venta, pero paradójicamente si estos no hablan de sus libros, sus publicaciones no existen para el público lector (para un porcentaje cada vez más amplio del público lector). Se han convertido pues en escollos necesarios, imprescindibles diría yo.

Y ahora llegamos al punto que me interesa: cómo determinar la influencia de blogueros y críticos que publican sus reseñas o textos valorativos en revistas digitales (no en revistas y suplementos analógicos que son volcados posteriormente, sino en ediciones digitales de revistas o blogs personales). Es tarea complicada. Yo diría que, en líneas generales, sería imposible atribuir a ninguna persona en particular el buen o mal desarrollo comercial de un libro, ni tampoco a una revista. Sin embargo, sí que percibo que las recepciones primeras de un libro condicionan (para bien o para mal) la respuesta futura de otros críticos y lectores al mismo. Siendo así, la responsabilidad de las revistas digitales y de los bloguers se hace notar. Y es por esta razón por la que se debería exigir a estos más cuidado, reflexión y mesura en sus críticas (tanto sean positivas como negativas), pero sobre todo justeza. Y no sólo por lo que respecta a la vida comercial de un libro (que es lo que preocupa a las editoriales), sino en lo que atañe a la posición de los libros y de los autores en el sistema literario de un país o de una lengua, su inclusión o no y la (re)acomodación de lo pre-existente.

En estos tiempos en los que el paradigma dominante parece ser el de la debilidad y la ausencia de compromiso con lo dicho, pensado o manifestado, se hace más necesario que nunca que nos tomemos la responsabilidad de construir entre todos un discurso que no sólo sea válido, sino equitativo y, esencialmente, justo. Debería penalizarse de alguna forma a quienes juzgan con una ligereza mayestática, a quienes se apresuran por ser los primeros en decir algo, a quienes no tienen el menor miramiento en calumniar, sojuzgar sin argumentos y difamar. Y, del mismo modo, se debería reconocer lo contrario: el trabajo bien hecho. No todo puede tener el mismo valor ni acaso ser considerado en igual posición jerárquica. De ser así, nunca conseguiremos salir del igualitarismo, esa perversa tara heredada de la democracia más ramplona. De ser así, además, nunca cambiará la percepción que la gente tiene de lo publicado en Internet y, por lo tanto, no conseguiremos que tenga una incidencia real en la cadena de valor del libro, más allá de servir como escaparate, sustituyendo el papel que antaño tenían las mesas de novedades de las librerías.

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[1] María Virginia Jaua. El libro en tiempos del capitalismo electrónico. SalonKritik. 15-Enero-2012.

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