Libros de mármol de la decoradora Kelly Wearstler. |
[nota extraída de Libros en la nube]
En 20 años de ejercicio editorial, he publicado libros inútiles. Varios.
Los libros útiles no son el contrario de los libros inútiles. Son los libros que sirven para algo: para que adelgacen los ejecutivos en comidas de negocios; para convertir un erial en un jardín; para preparar una cena. Y para pagar los salarios.
El contrario de los libros inútiles son los libros valiosos.
También he publicado libros valiosos. Varios. Algunos se volvieron inútiles, sofocados por los auténticos libros inútiles que publicábamos, yo y todos mis colegas.
Estos son los verdaderos géneros con los que trabaja un editor. Lo demás es literatura. Y vanidad. Del equilibrio entre ellos depende la salud del comercio del libro.
UNA MAREA BLANCA DE PAPEL
Cualquier cosa que digamos sobre la edición y el cambio de paradigma al que está sometida se modificaría radicalmente si tuviésemos una historia económica del papel. Y de su inflación. También, del papel del papel en la consolidación del Estado moderno y de la burocracia que lo hizo posible. Ya lo dijo Bertold Brecht, y mucho mejor: para ser hombre hace falta un librito de papel, el pasaporte.
El papel impreso y el poder han compartido una intimidad que a menudo se pasa por alto. Quien no lo crea, que pregunte a los sin papeles.
La edición se ha articulado en esa intimidad. Que a veces la haya cuestionado, e incluso desafiado, no es más que una confirmación del vínculo y sus tensiones. En esta lógica, la misión del librero-editor (hoy descompuesto en una red que abarca a decenas de jugadores) es, en espejo con la de quien extiende un pasaporte, asegurar la circulación de los discursos y, al mismo tiempo, restringirla para evitar su proliferación descontrolada y su consiguiente devaluación.
El editor adquirió su lugar de privilegio, que sustentó sobre la extinguida promesa ilustrada, en el compromiso tácito de guardar el orden de lo escrito. De mantener la asociación de la autoridad de saber y la forma de publicación.
A todo esto se lo llamaba "hacer un catálogo". Hay editores con catálogo, como Jorge Herralde, y hay editores sin catálogo, como Planeta Internacional. Literalmente sin catálogo, porque ningún documento da cuenta de la historia de sus publicaciones.
El editor "con catálogo" no está a salvo de los libros inútiles, porque forman parte del régimen de la edición: de la negociación con el agente literario en pos de un libro valioso o de uno útil; de la necesidad de mantener encendida la hoguera de la librería; de ocupar el territorio de las mesas de novedades y del inevitable error de apreciación. Pero la tentación de entregarse al libro inútil queda acotada por ese registro de sus acciones y pecados editoriales que es el catálogo.
Quien no tiene catálogo, no deja huellas. Tira de la cuerda y esconde la mano.
Hace diez años, pensaba que los libros inútiles hacían ruido. Hoy los veo como una inmensa marea blanca en la cual zozobran los discursos que prometimos hacer circular.
LA HERIDA AUTOINFLIGIDA
La economía del papel está asediada desde hace tiempo. Desde la Primera Cena que Frank McNamara pagó con una tarjeta de crédito en el Major's Cabin Grill, en febrero de 1950.
Fue una andanada en la línea de flotación del mundo simbólico construido alrededor del papel. De allí a la libre circulación de capitales ficticios que hoy amenaza con acabar con la civilización tal y como la conocemos, han ocurrido muchas cosas.
¿Por qué siguen pensando los editores que el papel que les toca en el mundo de papel no debe ser tocado? ¿Acaso creen que el papel de los libros es más importante que el papel moneda? ¿No han comprendido que el destino de ambos papeles está atado?
Mucho antes de que llegara el gran editor universal, ese que le abre las puertas a cualquiera y donde los textos tienen por único contexto su pertenencia a una misma temática, mucho antes de la Red, de la autoedición, de los ebooks, de Google y de Amazon, los editores se autoinfligeron una herida. Una herida fiera, porque hecha con el instrumento contundente y romo de los libros inútiles.
Yo use libros para sostener la tabla que tine el televisor , ya que se habia roto y se caia en el modular . En ese caso seia muy utiles no?
ResponderEliminarEso libros, mi querido amigo, son imprescindibles.
ResponderEliminarCordislmente,
Yo.